lunes, 30 de enero de 2017

El diablo que me dejó con los crespos hechos: Jacques Cazotte

"Remarkable apparitions, and ghost-stories; or, Authentic histories of communications (real or imaginary) with the unseen world" -  Clarence S. Day (1848 -1857)

¿Y a qué horas se enamoró el diablo?

Cuando "El diablo enamorado" de Jacques Cazotte empezó a circular por el grupo de Psicoanálisis en PDF, me faltaron deditos para buscar y descargarlo. 

Y la verdad...me defraudó un poquito.

Esto es lo que me gustó. Tanto la traducción de Luis Alberto de Cuenca (2004) como lo que pude leer de la versión en el francés original (con mi año de Francés mal estudiado, valga aclarar) encuentran un equilibro muy agradable entre la exposición y la narración. No se queda en la enunciación de los cuentos de hadas, pero tampoco se pierde en minucias y detalles, elementos importantes en una historia como esta, que se cuenta con humildad; el autor no quiere deslumbrar con su verbo, simplemente quiere llevarnos de la mano por la historia. 

El estilo  digerible se prestó para que los giros de la trama realmente fueran sorpresivos y para que los elementos más simbólicos aparecieran de golpe: sentía que iba tranquilamente por una historia liviana cuando aparecían figuras ambiguas como Lelagisa y Zoradilla las ancianas gitanas que Biondetta/el diablo quiere evitar a toda costa. Aparecen de la nada, como si fueran un detalle que no cuadra en un sueño, en el matrimonio del duque Marcos; cantan mientras elaboran una carta astral, invitan a ser consultadas pero Biondetta se interpone, insiste en que van a hacerle algo malo al narrador; y sin embargo Biondetta es el diablo ¿podemos creerle si dice que algo es malo?


Lelagisa y Zoradilla, "El diablo enamorado" (edición del 2004)


Es un momento ambiguo delicioso porque invita a desconfiar de Biondetta por primera vez y deja al lector un cuadro interesante, uno que estoy segura fue analizado psicoanalíticamente. Pero eso excede mi análisis en este momento. 

Lo que no me gustó. ¡A mi me prometieron el diablo enamorado!

Se puede decir que terminé igual de engañada que Don Álvaro, el protagonista, porque lo que yo había esperado era una historia en la que el diablo (o el Diablo en mayúscula incluso) se enamorara de verdad: de un mortal, del amor, no importa. Quería ver una deconstrucción de cómo sería el amor vivido por la figura arquetípica de la maldad.

A pesar de que fue un viaje de giros inesperados, muy a mi pesar, el Diablo ocupó su lugar clásico de antagonista. Tengo que reconocer que fue novedoso que, en lugar de seducir pasionalmente, él le propusiera a Don Álvaro un amor franco y altruista, al punto del sacrificio personal (lo más malo que le propone a lo largo de la historia es que no se casen; escandaloso para la época, pero bastante moderado teniendo en cuenta que se trata del demonio).

Sin embargo, insisto en quejarme. No hay reto en pintar al diablo como el malo (como siempre).
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sábado, 21 de enero de 2017

Me gustó más la película: Mercédes (El conde de Monte Cristo, 1934) (1/2)


"El Conde de Monte Cristo" es uno de mis libros favoritos, y me escandalizo fácilmente con las adaptaciones que le hacen - usualmente para mal. Nunca pensé encontrarme cómoda con una adaptación que alterara el final. No hasta que logré ver la película de 1934.

Mercedes es una de las cosas que más me gusta de esta película. No puedo decir que el libro en el cual se basa no tenga personajes mujeres interesantes (está Julie Morrel, está Eugenie Danglars, está Valentine de Villefort especialmente), pero le tengo mucho cariño a esta Mercedes, y es justo examinarla a ella y a su contraparte literaria explicar el por qué.


Mercedes Mondego, la pescadora catalana - condesa de Morcerf

Dagmara Dominczyk, Mercedes en  "The count of Monte Cristo" (2002)

En el libro, Mercedes es una huérfana catalana. Conoció a Edmond Dantes tres años antes del comienzo del libro, y espera su regreso en Marsella; en ausencia de Edmond, su primo Fernand Mondego, pescador catalán también, la pretende, pero ella insiste que lo quiere como hermano. Mercedes intenta en vano que Fernand y Edmond sean amigos: Edmond le extiende la mano por petición de Mercedes, y este sale corriendo.

La presencia de Mercedes, aún en este punto, es translúcida, como si fuera un espectro: todos la ven,  pero ella no dice nada. Los conspiradores la ven, a ella y a Edmond, y comentan su felicidad, pero sólo Edmond se dirige a ellos. En su procesión matrimonial, todos comentan del silencio de los novios y los invitados. Edmond dice que la emoción, como la tristeza, también le roba las palabras a la gente, pero para el lector el silencio es expectante, amenazador. Y se rompe sólo cuando aparecen oficiales para detener a Edmond.

(Mercedes no dice nada).

Según la historia de Gaspard Caderousse a Edmond, que lo busca disfrazado del padre Busoni catorce años después, Mercedes intentó contactar a de Villefort para abogar por Edmond y cuidó del padre de Edmond también. Fernand mientras tanto se enlista para una larga campaña militar, y cuando regresa:

"Ella lo recibió con una alegría que él confundió con amor, pero que era en realidad alegría de ya no encontrarse sola en el mundo." (Dumas, 1844, p. 108)
 Ella finalmente acepta casarse, dieciocho meses después del arresto y desaparición de su prometido. Fernand se compra el título de conde y la lleva a París.

Caderousse además cree que Mercedes fue fiel al recuerdo de Edmond mientras Dantés padre vivió. Cuando él murió, Fernand regresó a proponerle matrimonio a Mercedes. ¿Qué dice de ella que sólo la posibilidad de enfrentarse al odio del que habría sido su suegro la mantuvo firme? ¿Qué dice de ella que su matrimonio sea tan claramente una vía para escapar a la soledad?

Casada y con una fortuna a su disposición, Mercedes se dedica a aprender arte y música, y tiene un hijo con Fernand, Albert. Caderousse dice que si las coronas fueran sólo para las cabezas más inteligentes y hermosas, ella sería reina; pero aunque no logra explicarle por qué al padre Busoni, sostiene que ella no es feliz.

Me parece importante detenerme en las circunstancias del encuentro entre Caderousse y Mercedes que llevó al sastre a esta conclusión. Caderousse, el cuarto conspirador, fue el menos beneficiado por la traición de Edmond, y se dirige a París unos años después para, entre otras, pedirle un préstamo al esposo de Mercedes. Ve a Mercedes durante unos segundos: ella se entera de que él está allí y de que su esposo le negó el préstamo, así que le tira una cartera llena de luises desde una de las ventanas. Cierra las cortinas antes de que puedan cruzar palabra.

Unos segundos le bastan para quedar convencido de que ella no es feliz. ¿Qué vio? ¿Fue el secretismo con el que tuvo que hacerle la donación? Esta clase de pequeños secretos indicaban una diferencia importante entre la naturaleza de los esposos, sin lugar a dudas, pero ¿qué mas vio?

Cuando Monte Cristo ingresa a la sociedad parisina, Mercedes es la única que lo reconoce, al primer golpe de vista y con todo un salón de distancia, pero su descubrimiento es para ella sola, y la trama después de este encuentro avanza sin su presencia. Volvemos a saber de ella cuando el conde se prepara para su duelo con Albert: Mercedes entra hasta su cuarto, por encima de las peticiones de los sirvientes de casa, lo llama por su nombre real y le suplica que no mate a su hijo.

Mercedes revela varias cosas durante su visita: que aún ama a Edmond, que no sabía hasta esa noche qué papel jugo Fernand en su arresto, y más importante, que se siente tan culpable como su esposo de todo lo que pasó. Cree, tal vez un poco irracionalmente, que todo podría haberse evitado si no hubiera cedido a su soledad y hubiera permanecido soltera. Logra que Monte Cristo le prometa no matar a su hijo, y consigue que Albert haga lo mismo, pero hecho esto nuevamente desaparece.

Sin embargo, el duelo tiene un feliz desenlace gracias a ella: Albert llega a caballo y se niega a pelear, diciendo que es él quien le debe una disculpa al conde por los pecados de su padre y Monte Cristo reconoce la mano de Mercedes en la concesión.

La condesa de Morcerf (Dagmara Dominczyk) y el conde de Monte Cristo (Jim Caviezel), 2002
Después de irse de la casa de su esposo para distanciarse de sus crímenes de guerra, Mercedes renuncia a su título y a la fortuna de Morcerf. Viaja a Marsella, donde Monte Cristo le indica que el dinero que iba a ser para su matrimonio sigue enterrado debajo de un árbol, el único dinero que ella está dispuesta a aceptar - ahí se encuentra con el conde por última vez.

Hay muchas cosas que resaltar de esta última reunión - la resignación de Mercedes, sus últimas palabras antes de desaparecer de la trama ("Edmond!") - pero la más importante es su postura ante la vida. Cuando Monte Cristo le dice que Dios desea que los hombres lo interpelen y discutan, gracias al don del libre albedrío que él les dio, Mercedes lo calla:

"¡No digas eso! Si creyera que Dios me ha dado libre albedrío ¿qué me quedaría que me salve de la completa desesperación?" (Dumas, 1844, p. 496)

Respeto la capacidad de adaptación de Mercedes, y su fidelidad al recuerdo del hombre que amó. En más de una forma es víctima de las circunstancias: su desesperación, su soledad, el abandono de todas las personas que quiso. Pero es una presencia-ausencia en el libro con la que no encuentro empatía (aunque sí mucha simpatía), y una persona que, como lo evidencia su temor al libre albedrío, dejó que otros tomaran las riendas de su vida y no soporta el peso de saber que les ayudó por omisión.

Digo 'omisión' con algo de insatisfacción en el término, porque siento que insinúa alguna clase de actuar cuando Mercedes hace todo lo contrario. Utilizo omisión a pesar de ello porque, aunque no opuso la más mínima resistencia, en su mente siempre hubo claridad sobre cada uno de los errores que cometió, aunque los viera como un destino inalterable al que ella simplemente se rindió.

Mercedes de Rosas


Edmond Dantes (Robert Donat) y Mercedes de Rosas (Elissa Landi)
En la película de 1934, los papeles se invierten: Edmond es huérfano, y Mercedes se apellida de Rosas. Es hija de una familia noble y su madre se escandaliza constantemente ante el inminente matrimonio, al igual que Fernand, que no es primo de Mercedes en esta adapatación, sino su amigo e inspector del gobierno.

Ser noble le ahorra la lucha y la iniciativa de la Mercedes literaria para educarse, pero esta Mercedes es vehemente: ignora la persistencia de Fernand y le dice a su madre que no le importa que Edmond no tenga familia, porque después de todo, ella le va a dar una. No se queda en la fiesta cuando arrestan a Edmond, sino que se hace llevar a la comisaría, y le escribe sin descanso cuando es enviado a l'Chateau d'If. Es una luz, un personaje que ocupa espacio y habla tanto con sus palabras como con sus actos.

Sólo accede a casarse con Fernand cuando su madre se lo pide en su lecho de muerte, años después del arresto, y sólo encuentra fuerzas para decirle 'sí' al cura cuando se imagina que es Edmond el que está con ella en el altar. Como Mercedes Mondego, tiene alguna sensibilidad por las promesas, pero Mercedes de Rosas se somete al peso del honor y no a la inevitabilidad. La escena del matrimonio, opino yo, lo dice todo: Mercedes Mondego estaba huyendo de la soledad, Mercedes de Rosas se sometió voluntariamente a ella por respeto a los deseos de su madre.

Sus interacciones con Monte Cristo también son muy diferentes, en parte por la osadía del personaje, en parte por la justificación que tiene en esta trama (Fernand no es un esposo devoto, atiende una sucesión constante de amantes en su casa y su relación con Mercedes parece muy formal, de manera que cualquier indiscreción de ella no atenta contra la nobleza del personaje): el primer encuentro parece un coqueteo discreto, desde el primer saludo, hasta cuando terminan a lados opuestos del salón.

Mercedes (Elissa Landi) y el conde de Monte Cristo (Robert Donat), 1934

Este es el rasgo que me gusta de esta Mercedes, y es la forma en que toma su destino en sus propias manos a pesar de los hechos. Desenmascara a Monte Cristo en privado mucho antes del duelo con Albert, sin la presión de las circunstancias y por propia decisión, y en la escena en que le suplica que no lo mate, le confiesa que si bien Albert es hijo de Fernand, ella lo crió a la imagen del hombre que ama. Criarlo a imagen del hombre que ama es un acto de rebeldía sutil pero determinante: a diferencia de Mercedes Mondego, encuentra la manera de reafirmar su control de la situación, a pesar de que fueron las decisiones de otros las que la llevaron allí. 

Es cierto que la película pretende que esto, junto con las infidelidades de Fernand y las circunstancias forzosas del matrimonio, nos convenzan de que Mercedes en realidad nunca le fue desleal a Edmond, por el bien de la historia de amor que quieren presentar. Sin embargo, creo que esto además le da agencia al personaje; sería absurdo desde el punto de vista histórico pintarla como una mujer independiente, pero en la medida que la época lo permite, Mercedes de Rosas es una mujer empoderada. 

Y es tal vez por eso que ella sí recupera al conde al final.


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¿Y para qué te quedas? La Mujer Rota de Simone De Beauvoir

De la instalación "Death Be Kind", por Martha McDonald

¿Para qué se queda Monique?

Su esposo Maurice no la ha dejado, no puede dejarla, pero se encuentra varias veces a la semana con su amante, Noëllie. Y Monique no puede soportarlo, pero tampoco puede dejar a Maurice.

Mientras leía le hice esa pregunta muchas veces a la narradora, furiosa y triste, como si yo misma fuera una amiga preocupada, porque el amor de un hombre por el que había puesto en pausa su vida entera sin recibir a cambio la misma devoción no podía valer tanto.

La propia Monique no lo entiende: se dice que se irá en cuanto entienda por qué Maurice ya no la ama, que se quedará sólo para no entragárselo a Noellie, que morirá, que vivirá. Consulta médicos y astrólogos indiscriminadamente. Su vida con Maurice, aunque limitante para una mujer inteligente, no se compara al sinsentido que es la vida sin él.

Y sin embargo, creo que lo que la mantiene allí no es el amor. Monique se pregunta por el amor, por Maurice, por su amante, por sus cualidades y defectos todo el libro: la única cosa por la que no se pregunta es su propia identidad.

El 5 de marzo, después de que Maurice le comunica que quiere irse de la casa, y que su psiquiatra le sugiere a Monique que esto podría ser bueno, ella resume la cita con fastidio:


"...después comenzó a embrollarme con historias de personalidad perdida y reencontrada, de distancia a tomar, de retorno a sí mismo. Cuentos." (p. 138)
Fue con el psiquiatra para que este le dijera quién era ella, quién era Maurice, y quienes eran ellos dos juntos. Fue para que le dijera qué había hecho mal, tal vez para sentirse mejor, tal vez para usar esa información para recuperar a su esposo.

Monique no se da cuenta, pero lo que está buscando desesperadamente, tanto en esa visita al psiquiatra como a lo largo de la historia, es un espejo. Hasta ese punto de su vida, su esposo lo era: ella era Monique-objeto-del-amor-de-Maurice, y de ese rol se desprendía su identidad. Perdido este rol, Monique se pierde a si misma.

Tristemente, ella misma lo sospechó 38 páginas antes de la visita al psiquiatra; la epifanía aparece por un momento, sólo para hundirse nuevamente. Monique está en negación.

No puedo culparla. No me imagino nada más difícil que aceptar que no es amor, sino dependencia, lo que me une a mi esposo de más de veinte años. Ni nada más desgarrador que descubrir que he estructurado mi yo en torno a su afecto, y que sin él no se quién soy.

"No me veía a mí misma más que por sus ojos: una imagen demasiado halagadora quizá, pero [en] la cual, a grandes rasgos, me reconocía. Ahora me pregunto: ¿A quién ve?" (p. 100)



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lunes, 9 de enero de 2017

...y me moriré de amor


Imagen de Google


En estos tristes tiempos de desapego y superación mal entendida, que no nos da paz, que nos vende la idea de que volvernos perpetuamente felices ante lo que sea que el mundo nos haga, de alguna manera, nos volverá invencibles, morirse de amor es inconcebible.

¿Por qué? ¿Para qué? Tantos peces en el mar, tantos usuarios en Tinder, tantos libros de superación y coaches que nos cerrarán las heridas. El "amor verdadero" no mata, sólo da felicidad.

No pretendo ni analizar, ni defender mi posición, porque es posible que al final no me muera. Pero amar puede matar, y a veces me levanto pensando que eso es lo que prefiero.

Tampoco digo que me vaya a acostar en mi cama a esperar a que la inanición me cierre los ojos. Pretendo luchar por mi vida contra el amor, en un pulso necesario, todos los días, a todas las horas, todas las veces que ese desgraciado se aparezca clamando por mi cabeza.

Pero si me muero de amor después de mi lucha, sepan que aún es amor.

Sepan que no me morí porque haya reducido el valor de mi vida al afecto de un hombre, ni porque no quisiera vivir, ni porque no me quisiera a mi, ni mucho menos porque el hombre, la variable desconocida, sea quien haya sido en mi pasado, haya venido a matarme él mismo.

El amor puede matar cuando se vuelve parte tan íntegra de ti, que matarlo es matarte. Matarte tal vez no en vida, pero sí en esencia, y sin esencia ya no quisiera vivir.

Además, tal vez, si me muero de amor, si me muero no porque fracasé, ni porque me rendí, ni porque me maten, alguien sabrá que el amor no es el de los libros de autoayuda, el de los programas de infidelidades. El de cinco minutos, cinco meses. El que se muere.

Si me muero, de pronto querrá decir que todavía hay algo de épico y trascendental en el amor. Que todavía es fuerte, que puede ser una fuerza inescapable.

Si me muero de amor, me moriré sonriente.


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